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Channel: Patrulla de salvación » el tiempo entre costuras
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EROTISMO PARA HOMBRES Y EROTISMO PARA MUJERES

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Para hombres:

  Alrededor de la página 99 (no tengo el libro a mano) de El agente polaco, de Alan Furst, se incluye una escena de sexo. No es explícita y está bien escrita. Pero -¡CLAMA AL CIELO!- no tiene nada que ver con la trama. Es como un regalito, como un extra. El capitán de Milja, el protagonista de la novela, vive escondido en casa de una familia de Varsovia. El padre de la familia es simpatizante de la resistencia polaca (acaba de comenzar la 2ª guerra mundial). Allí también vive una señora de 40 años que fue dependienta de tiendas de ropa elegante. La señora es altiva y distante. Cuando la familia sale por las mañanas, De Milja y la señora se quedan solos. Una tarde ella se deja en el sofá el libro que está leyendo y se marcha a su cuarto a dormir la siesta. De Milja coge el libro, lo abre, y se da cuenta de que es lo que se llamaba “una novela francesa” (es decir, erótica). Se mete en el cuarto de ella y se la beneficia. Así, sin más.

Para mujeres:

Sira Quiroga (protagonista de El tiempo entre costuras) e Ignacio, su inocente y responsable novio, deciden comprar una máquina de escribir y acuden a una tienda donde los atiende Ramiro Arribas (el canalla), el gerente del establecimiento:

 Pág. 27

    Tardamos aún un rato hasta dar por finalizada la gestión. A lo largo del mismo, las señales de Ramiro Arribas no cesaron ni un segundo. Un roce inesperado, una broma, una sonrisa; palabras de doble sentido y miradas que se hundían como lanzas hasta el fondo de mi ser. Ignacio, absorto en lo suyo y desconocedor de lo que ocurría ante sus ojos, se decidió finalmente por la Lettera 35 portátil,

(…)

   -Magnífica decisión- concluyó el gerente alabando la sensatez de Ignacio. Como si este hubiera sido dueño de su voluntad y él no le hubiera manipulado con mañas de gran vendedor para que optara por ese modelo-. La mejor elección para unos dedos estilizados como los de su prometida. Permítame verlos, señorita, por favor.

   Tendí la mano tímidamente. Antes busqué con rapidez la mirada de Ignacio para pedir su consentimiento, pero no la encontré: había vuelto a concentrar su atención en el mecanismo de la máquina. Me acarició Ramiro Arribas con lentitud y descaro ante la inocente pasividad de mi novio, dedo a dedo, con una sensualidad que me puso la carne de gallina e hizo que las piernas me temblaran como hojas mecidas por el aire de verano. Solo me soltó cuando Ignacio desprendió su vista de la Lettera 35 y pidió instrucciones sobre la manera de continuar con la compra.

¿Ven la diferencia?



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